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La esperanza como acto profético

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En la fe cristiana, la esperanza es un motivo espiritual y teológico importante. No es desear algo ni optimismo. Para los profetas, los mártires, los santos y, de hecho, para todos los cristianos, la esperanza es un acto profético profundamente inspirado en el Espíritu de Dios y dirigido por este. La esperanza es nuestro vehículo para participar en la gracia de Dios. Lo interesante es que la palabra no aparece en los Evangelios, excepto una sola vez en Lucas, pero en absoluto en el Apocalipsis de San Juan, el único lugar donde esperaríamos encontrarla. En las escrituras hebreas, no aparece ni en el Pentateuco (los primeros cinco libros de la Biblia) ni en Isaías, donde esperaríamos verla muchas veces. Sin embargo, la esperanza en el Reino de Dios en la Tierra es la visión y la fuerza motora de los Evangelios y del Apocalipsis de San Juan, y la esperanza en la redención de Israel por parte de Dios es la visión de la Torá y del profeta Isaías. Explícita o implícitamente, toda la Biblia es un libro sobre la esperanza en la gracia redentora y el amor de Dios.

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. (Hebreos 11:1) El escritor de Hebreos reconoce la relación dinámica entre la fe y la esperanza: no tiene mucho sentido tener fe en algo sobre lo que no tenemos esperanza de ganar o esperanza en cosas en las que no tenemos fe que obtendremos. La esperanza debe estar anclada en la realidad y las circunstancias presentes, y para que la esperanza tenga significado, dicha realidad deberá ser nombrada sinceramente.

Los profetas de la Biblia hacen exactamente eso y pagan el precio: eran verdaderos profetas porque decían la verdad sobre la injusticia y la opresión de los pobres y los marginados, y sobre las decisiones inmorales y equivocadas de los reyes. Además, los profetas siempre proclamaron la profecía de la esperanza y de la fatalidad. Es la combinación de la verdad y la esperanza la que constituye la verdadera profecía en la Biblia.

En su libro Realidad, duelo, esperanza, Walter Brueggemann habla sobre estas tres como las tareas proféticas urgentes y pone particular atención a Jeremías, Lamentaciones e Isaías 2. Esto es semejante al paradigma de orientación-desorientación-nueva orientación que él plantea en su estudio anterior sobre Salmos. Esta es la travesía espiritual que comúnmente tomamos en momentos de crisis en nuestras vidas: habiendo enfrentado la dolorosa realidad verdaderamente, debemos pasar por un proceso de duelo y gratitud antes de poder articular la esperanza. Agrego aquí la gratitud porque eso es lo que con frecuencia cataliza el paso del duelo a la esperanza, que no es la negación de la realidad sino un cambio de perspectiva. He hallado mucha gracia en personas que viven en la pobreza y en los márgenes y que han encontrado esperanza al contar sus bendiciones y agradecer, incluso por lo poco que tienen. La gratitud lleva a la generosidad de espíritu que, a su vez, nos lleva a la esperanza de una nueva posibilidad y una nueva realidad.

Al dirigirse al Cuerpo Diplomático del Vaticano en enero de 2021, el Papa Francisco dijo, el mundo está muy “enfermo, no sólo por el virus, sino también en el medio ambiente, en los procesos económicos y políticos, y aún más en las relaciones humanas”. El Papa Francisco estaba reconociendo que la interconectividad y la interdependencia son esenciales para nuestra supervivencia y que la rotura de las relaciones humanas es nuestra enfermedad más profunda. Si Jesucristo significa algo en esta temporada de Navidad, esta deberá tratar sobre la sanación y reparación de la humanidad rota para lograr la unidad en el amor de Dios, por la que Jesús ofreció su vida en la Cruz. La sanación de las relaciones humanas rotas es la esperanza que necesitamos hoy, más que nunca.