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Después de la Pandemia

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Cuando dejamos de rezar en persona hace un año, yo, como los demás, me adapté a trabajar desde casa y aprendí a usar la nueva tecnología. Antes de la pandemia, nunca había oído hablar de Zoom; ahora se ha apoderado de mi vida diaria, y le temo, al mismo tiempo estoy agradecido por cómo me permite estar conectado con los demás. Todos los domingos, por ejemplo, me conecto a la oración en línea en varias parroquias de la diócesis. Pero, aunque aprecio la adoración virtual durante la pandemia, esta no reemplaza la adoración eucarística en persona y el compartir el Cuerpo y la Sangre en comunidad –ni tampoco las visitas parroquiales que me permiten mantener conexiones reales, no virtuales, con el clero y la gente.

 

La mayoría de nuestras parroquias se han adaptado bien a la tecnología. Muchos han visto un aumento en el número de personas que se unen a su culto en línea, algunos informan de cientos o hasta miles de todo el país y del mundo. Incluso después del COVID, imagino que muchos continuarán transmitiendo en vivo su culto congregacional en persona. Algunas iglesias también han utilizado herramientas en línea para crear grupos pequeños y brindar atención pastoral.

 

Pero cuando tratamos de replantearnos la iglesia más allá de la pandemia, hay muchas interrogantes. ¿Veremos nuestras iglesias llenas de gente? ¿O veremos más bancos vacíos con personas que optan por acceder el culto en línea? La mayoría, sospecho, estará en una búsqueda después de la pandemia para encontrar un significado más profundo de la fe y de la vida, tal como lo hicieron después del 11 de septiembre. Como en aquel entonces, es posible que veamos un aumento de personas durante unos meses y luego los números disminuyan gradualmente. ¿Qué tenemos que hacer de manera diferente esta vez? ¿Cómo pueden nuestras iglesias ser comunidades de sanación y restauración genuinas que realmente puedan transformar la vida de las personas? La forma en que damos la bienvenida a las personas que vuelven a la iglesia y cómo las comprometemos en su búsqueda espiritual será de vital importancia. Ahora es el momento de prepararse y estar listos para eso.

 

Recientemente participé en una conversación sobre este tema facilitada por la Oficina de Plantación y Rehabilitación de Iglesias de la Iglesia Episcopal, quienes identificaron cuatro dones y esperanzas esenciales para la Iglesia Episcopal: Una comunidad sacramental que nutre la amabilidad; una comunidad en peregrinación de profundo desarrollo de la fe; la adoración como misión y la misión como adoración; y reciprocidad con la comunidad vecina. Entre estos cuatro dones esenciales, la comunidad es claramente el tema común. Entonces ¿cómo deberíamos reimaginar y remodelar nuestros ministerios para que nos ayuden a construir una comunidad verdaderamente amorosa? ¿Qué debemos seguir haciendo y qué debemos abandonar para que estos dones esenciales puedan ayudarnos a adaptarnos a los nuevos desafíos y convertirnos en congregaciones prósperas? Quizás la pregunta más importante es, ¿cómo pueden las parroquias de esta diócesis colaborar mejor en la reciprocidad y no permanecer aisladas y enfocadas en sí mismas? Me preocupa cuando el clero y los líderes laicos están aislados, cuando nunca hablan con líderes de otras parroquias y sin interés en lo que está sucediendo en la diócesis. Somos una diócesis con una misión común, y la Iglesia no tiene otra misión que la misión de Dios –las Buenas Nuevas de Dios en Jesucristo.